Realmente, no se puede encontrar una palabra que exprese tan claramente el estado de un pájaro cuando está en condiciones de caza, templado. Como la hoja de una espada, como el atleta en la cumbre de su preparación.
Sin grasa superflua, pero no delgado, con hambre, pero no famélico, con el peso mínimo, pero con el máximo de facultades.
Creo que la faceta más difícil del arte de cetrería es ésta, templar al pájaro. Son tantos los factores determinantes de un aumento o disminución de apetito, variando con la temperatura y las estaciones, la aptitud orgánica para el ahorro de calorías o su despilfarro. Tiene tanta importancia el factor psíquico en la acomitividad, obediencia, o en la absoluta independencia, que el temple merece un detenido estudio.
Contamos con un importante auxiliar para fijar este dato adecuadamente, la balanza. Pero no seamos sus esclavos, sirvámonos de ella únicamente para complementar nuestras observaciones.
Cuando el niego comienza a cazar y conocemos, con un pequeño margen de error, su peso óptimo, está aún en pleno desarrollo. Los vuelos diarios van incrementando sus masas musculares y consolidando el esqueleto. Debemos tender, por consiguiente, a ir aumentando paulatinamente su peso. Estacionarle durante todo el año conducirá al pájaro a la ruina. En los días más crudos del invierno, alcanzará el peso máximo, y en febrero, comenzaremos a bajarle, manteniéndole muy templado hasta que le metamos en muda.
Cuando terminan el cambio de la pluma, los pájaros están muy gordos, más que cuando los sacamos de la cámara, o cuando los capturamos, si son del aire. Es imprescindible desainarles, pero no hasta el peso óptimo del anterior otoño, sino al de la última primavera aproximadamente.
Un pájaro volado diariamente, bien cebado en sus presas, no defraudado al señuelo, está magníficamente templado con un peso relativamente alto. La rutina y la perfecta cristalización de sus reflejos, le hacen reaccionar automáticamente a los estímulos acostumbrados. El pájaro que vuela esporádicamente, requiere un temple mucho más recio y nunca está en completa seguridad, la distracción y curiosidad que le inspira el campo, interfieren todos nuestros mejores estímulos.
El procedimiento para llegar a un peso determinado es de mucha importancia. No tiene el mismo hambre una prima con 900 grms, si para llevarla a este peso desde los 950 grms, que tenía la víspera, le hemos dado carne lavada o pollo joven en la halconera o media gorga sobre su presa. El temple será mejor en cada uno de los casos, a partir de la carne lavada.
Los pájaros de mano por mano requieren más temple que los altaneros, porque su caza es menos natural y han de perseguir a las presas en largas distancias. El hambre será máxima para los halcones dedicados a córvidos, la carne de esta presa no es de su gusto y en estado salvaje nunca la comen.
El peso de un halcón no puede ser el mismo el día que se le saca a cebar que cuando ha de matar cinco o seis perdices, para llenar el morral ha de estar más templado. Los zahareños se vuelan siempre con pesos relativamente bajos, poseen una enorme reserva de energías y siempre aún cuando parecen absolutamente seguros, pueden reservarnos una desagradable sorpresa.
La palpación de los pectorales, los muslos, la presteza al saltar al puño y, fundamentalmente, su comportamiento en la caza, la tensión de su vuelo, el tiempo de su espera y su vigor, certifican las anotaciones de la balanza.
Por todos los procedimientos ha de tratarse de mantener los pájaros con hambre derecha. Es peligroso variar en un escaso período de tiempo el peso de un pájaro, ha de hacerse muy despacio, rebajando su ración paulativamente y, si estaba acostumbrado a comer pollo o alimentarse sobre la presa, no se le puede dar de la noche a la mañana solamente carne lavada, porque se debilitan mucho y pierden el apetito. Conviene darles pollos jóvenes, a continuación carne magra sin lavar, y en último caso carne lavada.
(extraido "El arte de cetrería" Felix Rodriguez de la Fuente)